lunes, 27 de diciembre de 2010

A mi hermano Antonio


LA FERIA, UN SUEÑO
(parafraseando a Machado)


Payasos, lindos payasos...
Caballitos de madera.
Ilusiones de pequeños...
Sueños de Feria. Sueños.
Caballito de cartón
en el puño de aquel niño
que al cogerlo...despertó.


¡Despierta! Vuelve a soñar...
Son tuyos los recuerdos,
no los dejes escapar.
Y como el niño que eras,
que eres y que serás,
recorre la Feria entera
y sueña, ¡vuelve a soñar!


Chica...decía el abuelo,
prepara la merendera,
la Feria os espera ya.
Que los chiquillos disfruten,
que no les falte de na.
Una muñeca, un mecano,
colores y un cabás.


Y entre tómbolas y luces
todo se volvía magia,
miedo, risa y vértigo,
catacumbas, espejos y barcas.
El laberinto, el circo,
el sabor de los barquillos,
del algodón, las manzanas...


En la estación, ya de vuelta,
añorando nuestro pueblo,
con las últimas pesetas
guardadas para el abuelo
elegimos su navaja.
Y volvemos a soñar
llenándonos de recuerdos.

Mi infancia, mi pueblo...

Sentada en las cuatro esquinas de nuestra revista, aquellas esquinas que con el paso del tiempo dibujaron domingos vestidos de fiesta, piñones y golosinas, tiendas que ya no están, lugar de encuentro de vecinos que nos iban dejando, un bar que nos dice adios,  y hasta un garbancero que no se despidió...me atrevo a recordar otros tiempos de relojes que marcan las horas hasta un pasado paseando mi melancolía por el suave laberinto de aquellas calles, que siendo yo tan pequeña me parecían tan grandes.

Dicen que no hay nada más verdadero que soñar con lugares que no están en el mapa. Yo no lo creo, lo importante es el sueño, y así, atreviéndome a soñar en el eco de mi infancia, os cuento como siento a mi pueblo, a nuestro pueblo.

Cierro los ojos y la niebla borra los perfiles que poco a poco recobran la forma con esa luz que sacude la oscuridad, llenando al mismo tiempo de sonidos mis recuerdos
. La casa de mis abuelos, olor a serrín y enea, a mantecaos, a brasero, a geranios, rosas y azucenas. Los bordados de mi madre, la rectitud del abuelo, los besos de mis abuelas. Perdonadme si una lágrima se me escapa por mis venas, son lágrimas que derrama el hielo al calor de esta candela que presa de recuerdos evocan la memoria llena.

Mis primeros pasos, mis primeras oraciones, mis primeros juegos, mi primera escuela. Olor a Heno de Pravia, vestido de picunelas, los patios con las macetas, la casica de muñecas, la sillica de mi abuelo con mi nombre en la peineta, mi  chacha y sus abrazos, su Virgen de La Grajuela. El chocolate de tierra machacado con galletas, qué manjar tan exquisito para esas tardes de fiesta, de loterías y cartones, de naipes, de teatros con papeles de seda, lapiceros de colores... la cartilla, la pizarra, el pizarrín o la piedra, el caso era pintar y dibujar lo que fuera.

Todo estaba bueno, pan con pringue, pan con vino y azúcar, migas de niño, lentejas fritas, los garbanzos del garbancero...y para variar, a la lumbre, unas lentejas. Todo era bonico, las piedras de formas raras, los cristales, las platinas de los caramelos, los papeles de colores, los cromos, los retalicos de tela...todo servía, para mi muñeca, para jugar, para guardar, para compartir con mis amigas, para coleccionar, para llevar a la escuela. El olor a mi muñeco, pequeño, casi de carne... que tantas veces vestía, lavaba y besaba. 


La gimnasia con Regina, pololos bajo las faldas, las labores en la escuela, los paseos con la maestra, el olor a la bodega de una escuela que gustaba. La iglesia y sus exvotos, don José y el monaguillo, olor a incienso, el ave maría y el ángel de la guarda que cada noche venía al rezar en nuestra cama. Los tebeos desgastados de princesas y azucenas, los vestidos de muñecas con retales que sobraban, la pelota y el pillao, los corros, la comba, canciones que aún resuenan de los juegos en las calles, la glorieta, en nuestra alma...hasta que el reloj de la torre nos decía: ¡ya se acaba!, apagándose el salón del pueblo que era nuestra plaza.

Amigos en medio de un juego de niños, perros, gatos, gavilanes y palomas, ruiseñores, grillos, tartanas, carros y galeras con lentejas. Chimeneas dibujando nubes que vuelan alto, olor a humo, a horno, a pan, a lumbre que quema alegrías y tristezas. El cine de Enerio, los nodos, los indios y los vaqueros, el gordo y el flaco, risas, aplausos, asombro...películas que se cortaban mientras mascábamos el bazoka con miedo que se acabara. Adolescencia vestida de flores en primavera, emociones e ilusiones, magia que envuelve un momento y dura toda una vida.


El reloj de la estación, ojo que vigila a los trenes que pasan y escapan, a los viajeros que marchan, a los que llegan, a los que hablan o callan, a los chiquillos que ponen una perra gorda en la vía, a las parejas que pasean su noviazgo entre pipas y esperanzas. Testigo de la vida misma, el tren de las añoranzas. Siempre hay un instante en el que ese tren parte... lo hemos visto y lo seguimos viendo, cada vez más quietos, más viejos, mirando el tiempo, olvidando rencores que nunca entendí ni quiero entender, compartiendo entre todos la llave del mundo de los sueños que nos hará soñar sin olvidar lo que por ahí dicen, que la puerta mejor cerrada es aquella que podemos dejar abierta, como yo recuerdo que estaban las puertas en mi infancia.